La mirada, no el náufrago, no la isla.
Entrevista con Adrián Alemán, a propósito de Socius II
Por Juan Antonio Molina Cuesta
La muerte en aquella isla, cuya soledad nadie
más volvería a violar, ¿no era la única forma de eternidad que le convenía a
partir de ese momento?
Michel Tournier. Viernes o los limbos del Pacífico
El navío es la heterotopía por excelencia. En
las civilizaciones sin barcos, los sueños se secan, el espionaje sustituye a la
aventura, y la policía a los corsarios.
Michel Foucault
A veces los diferentes se vuelven los mismos y a
veces los mismos desaparecen…El tiempo se mueve a un paso insignificante.
Auggie (Smoke.
Wayne Wang y Paul Auster)
Durante dos años Adrián Alemán estuvo
fotografiando el mismo punto de la costa, desde el mismo risco. Con la misma
insistencia de un náufrago, que comienza obsesionado con el deseo de escapar y
termina fijándose en el lugar. Sus fotografías parecen marcadas por esa fijeza.
En ella hay una especie de renuncia empecinada. Y otra vez recuerdo al náufrago:
el Robinsón de Michel Tournier decide quedarse en la isla, pero no logra
retener a Viernes, quien se marcha, furtivo, en medio de la noche, dejándolo a
solas con su tristeza postcolonial.
“Lo cierto es que en la isla sólo es posible quedarse”, dice Teresa
Arozena en su magnífico ensayo sobre Socius. Y mucho antes, Susan Sontag decía que
fotografiar es “tomar posesión de un espacio donde la gente se siente
insegura.” Viernes, el domesticado, el civilizado, el socializado, debió llevar una cámara consigo.
En la obra de Adrián Alemán la fotografía no
busca ser documento, ni testimonio, ni evidencia. Y si la interpretamos en
alguna de esas variantes debemos
exponernos a ser objetos de una tomadura de pelo. La fotografía sería sólo la
parte ostensible de un uso indisciplinado de la mirada, que finge la
objetividad que la razón ha otorgado a la observación. Simulacro de simulacro:
acudir al exceso de presencia –que es también exceso de presente- para
reposicionarnos ante el pasado y la ausencia.
El proyecto de Adrián Alemán volvió mi atención
hacia la funcionalidad del arte contemporáneo para hacer un uso crítico de las
representaciones. Aunque lo más rico de Socius
II es su complejidad discursiva, que sobrepasa al uso del dispositivo
fotográfico, no he podido evitar que el preámbulo de esta entrevista esté
contaminado por mi fascinación ante la densidad iconológica que sostiene esta
obra. Y sin embargo presiento que en este trabajo hay un punto donde lo icónico
puede pasar a ser leído como irónico. Tal vez a partir de ese punto podamos
renunciar a pensar la fotografía como un aparato productor de certezas y
redescubrirla como el juguete de una sociedad que se niega a ver y que se
resiste a enfrentar su propia memoria. Una sociedad que es frívola hasta para
olvidar.
Adrián
Alemán:
Utilizar la fotografía no ha sido una elección,
ni expresiva, ni pasional. De hecho siempre traté de resistirme a ella, creo
que inconcientemente la relacionaba con mi padre, al que había asistido en su
propio proceso fotográfico durante mi infancia y adolescencia, y a mis primeros
trabajos conseguidos por él que me situaba detrás de una cámara. Sin embargo mi
proceso se apoya cada vez más en la fotografía, pero como parte de una decisión
conceptual. No siento por ella la fascinación del medio que advierto en los
fotógrafos. Para mi ha sido la consumación de un proceso que ha ido adquiriendo
un sentido cada vez más preciso.
Mi trabajo siempre ha rondado en torno a una
actividad indéxica. Mis primeras piezas consistían en objetos recontextualizados,
su disposición en el espacio subrayaba los objetos mismos. En otras ocasiones
los objetos eran reproducidos en yeso o en bronce. Además de la capacidad
retórica de los propios materiales para operar como significantes, la acción
redundaba ese señalamiento literal de la reproducción. No he dejado de hacer
eso mismo, sin embargo la pretensión que me llevó a utilizar objetos –el deseo
de trabajar con materiales previamente informados que me ayudaran a mantener un
aura fría–, en su radicalización, me acercó definitivamente a la fotografía. Hay
otro factor determinante en relación con este último, y es un deseo paralelo al
del enfriamiento, que consistía en la desmaterialización. Vivir en una isla
africana te incita a aligerar tu producción en beneficio de la circulación,
además la práctica de la fotografía favorece la independencia, no necesitas
nada. Si lo que te interesa de los objetos informados es la información misma,
puedes hacerte con ella, y abandonar el apego por los objetos, incluso sin perder
si quiera un ápice de devoción fetichista.
En este contexto también resultó fácil incluir
las derivas sobre el territorio, que siempre me han acompañado. Cierta idea del
paisaje, me permite organizar mi experiencia creativa a través del “mirar” más
que del “hacer”, una actividad que podría denominarse “hacer mirando”. Supongo
que a esto otros lo llamarán fotografía.
Sin embargo, como para mi es producto de una
deriva particular, que proviene de unas motivaciones muy precisas, cuando estoy
con una cámara en la mano no estoy pensando que estoy haciendo una fotografía.
Pienso que estoy construyendo una imagen, y ésta se conforma obviamente sobre
rastros de visualidad, pero también sobre el despliegue de contextos previos
que me ha llevado ese día a estar con una cámara en ese lugar. Por suerte nada
es casual, no estoy sujeto al flujo experiencial que arrojará en el momento
oportuno, o no, la imagen definitiva. No soporto esa tensión interrogativa
sobre lo que podrá estar registrando el obturador, o haber puesto todas las
condiciones de mi parte para que esa “magia” del inconsciente óptico se
produzca. A pesar de hacer fotografías de manera compulsiva, suelo pensar que
cualquier imagen de las que hago, la primera sin más, valdría. Esa pulsión es
una especie de vestigio, de rito creativo que me permito.
La noción de verdad no me parece relevante, me
basta con “hacer ver”, con alumbrar ciertas imágenes. La cuestión no es ya que
arrojen luz sobre nuestra existencia, sino algo más primario –simplemente que
puedan ser vistas. La sobresaturación de imágenes sobre las que se articula el
Tardocapitalismo se ha convertido en una fabulosa pantalla, la hipervisibilidad
lo vela todo. Es necesario ayudar a entrever, remediar el oscurecimiento de las
imágenes, crear itinerarios de lectura, localizar fotografías perdidas,
contextualizar y reinterpretar imágenes, hacer imágenes que redunden esas
otras, que las señalen y las contengan. No siento estar haciendo imágenes
nuevas, creo que mi trabajo se concentra en densificar las que hay.
Jacques Rancière describe una noción expandida
de la imagen:“la imagen no es algo exclusivo de lo visible. Hay un visible que
no hace imagen, hay imágenes que son todo palabra”. Mi trabajo consiste en una
serie de intercambios entre diversos registros de representación. Me interesa
el proceso de condensación en el que se solapan y subvierten las experiencias
suscitadas por el mundo exterior y el complejo espacio lingüístico con el que
interactúan, una suerte de plasticidad que permite entremezclar e intercambiar
continuamente fragmentos de palabras e imágenes, organizando un espacio de
interlectura.
Juan
Antonio Molina:
Eso nos lleva al tema de la escritura. Para mí,
tu proyecto es ante todo un ensayo. Y como en cualquier ensayo, yo presiento la
escritura como un gesto. Quiero que en algún punto retomemos el tema de lo que
en otro artículo señalaste como "la capacidad de la imagen para “alojar
texto”, pero de momento me he quedado fascinado con la cualidad escritural de
todo tu proyecto. Me hace pensar incluso en la escritura como forma de
resistencia, en la inserción de voces incómodas que desarticulan el relato
oficial, en infiltraciones en las fisuras de una historia llena de omisiones.
Viene a mi memoria una pregunta de Foucault, en El orden del discurso: "¿qué hay de tan peligroso en el hecho
de que la gente hable y de que sus discursos proliferen indefinidamente?"
Siento que para entender la dimensión política de tu trabajo debo partir de esa
voluntad de decir como voluntad contestataria, como desobediencia...
Adrián
Alemán:
Creo que esto es algo que ha ido tomando cuerpo
en mi proceso de una forma no demasiado premeditada. Desde mis primeras
incursiones en el espacio del arte sentí un profundo malestar en tanto que las
obras parecían quedar siempre atrapadas en unas coordenadas sobre las que yo no
tenia ningún control. Parecía que el trabajo, tuviera el sesgo que tuviera,
terminaba por ser absorbido y resituado casi de manera instantánea en un
espacio biopolitico completamente ajeno. Al montarlo en una galería, se tornaba
por completo hermético, y al mismo tiempo, y tal vez precisamente por esa
cualidad ininteligible, terminaba transformado en receptáculo de otros
discursos, los disponibles, los que interesan, o simplemente se establecían
relaciones formales que lo despotenciaban por completo. Parecía que las obras
terminaban por afirmar lo establecido, por operar perfectamente dentro del
sistema, por adecuarse y perpetuar la hegemonía imperante, cuando en realidad
proponían precisamente ensayos sobre la tensión entre el arte y lo social,
entre la alteridad y lo instituido.
Es por ello que he tratado de derivar mi trabajo
hacia la puesta en relación de múltiples aspectos en torno a la imagen, que
propician desde la experiencia subjetiva inherente a la percepción de la
realidad, que para mí constituye la mirada, soporte de la experiencia, la
construcción de un espacio de relaciones: otras imágenes, textos, subtextos,
documentos administrativos…, que se inscriben en el proceso y determinan la
recepción de cualquier imagen, definiendo un espacio propio. En ello creo que
reside la principal forma de resistencia de mi trabajo: proponer un espacio de
lectura justamente para evitar la enorme máquina de desarticulación en que se
ha convertido la producción cultural dominante. Aunque es posible que la
inclusión de los textos sea más notoria que la de otros argumentos, considero
que es solo una impresión, en tanto que los textos habitualmente suelen
situarse al otro lado. Me interesa mucho la referencia a lo escritural que has
utilizado, es perfecta en tanto que señala una cualidad que puede ser
rastreable tanto en los textos como en las imágenes.
Sin embargo en Socius ocurre algo especial. Es el primer trabajo que abordo desde
lo que podría denominarse una mirada a la historia, y ésta asociada a la
recuperación del escándalo político reprimido en el presente. Existe un vínculo
fascinante entre el pasado y el presente que Walter Benjamin expresó en los
siguientes términos “La felicidad que podría despertar nuestra envidia existe
sólo en el aire que hemos respirado, entre los hombres con los que hubiésemos
podido hablar, entre las mujeres que hubiesen podido entregársenos. Con otras
palabras, en la representación de felicidad vibra inalienablemente la de
redención. Y lo mismo ocurre con la representación de pasado, del cual hace la
historia asunto suyo. El pasado lleva consigo un índice temporal mediante el
cual queda remitido a la redención. Existe una cita secreta entre las
generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes
que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el
pasado exige derechos”.
Esa voluntad de decir de la que hablas queda
reflejada en la confrontación de fuentes, muchas aún silenciadas o sesgadas, en
la construcción de una contramemoria, o en la búsqueda de imágenes
desaparecidas, secuestradas, o veladas en el presente, con el fin de recobrar
una experiencia actual del pensamiento histórico. No veo esta voluntad de decir
como contestataria o desobediente, tan solo que no es posible seguir rehuyendo
el compromiso en la construcción de la memoria y la reflexión histórica.
Juan Antonio Molina:
En tu respuesta anterior
dices que la principal forma de resistencia de tu trabajo consiste en proponer un espacio de
lectura. Yo creo que el espacio de lectura por antonomasia es el texto mismo.
Sin embargo, me pregunto si tu proyecto prevé una intervención particular en el
espacio de exposición, una producción del texto desde el interior de ese
espacio, rompiendo su inercia
museológica, textualizándolo o resemantizándolo.
Porque presiento que tu re-escritura de la historia (esa contramemoria de la
que hablas) pudiera afectar también (conmover de algún modo) la lógica
conservadora del museo. En ese sentido, ¿qué alternativas te ofrece un espacio
dedicado al arte contemporáneo, como el CAAM, por ejemplo?
Adrián Alemán:
Le doy
vueltas incómodo a eso que has planteado que suena a perogrullo: “el espacio de
lectura por antonomasia es el texto mismo” tratando de argumentar que el arte
propone un espacio de lectura propio. Pero tienes razón, por más vueltas que le
doy siempre termino encontrando un texto que hace posibles determinadas
prácticas artísticas. Bien es verdad que en ese texto se hará también
referencia a obras previas, un dilema que no arroja luz. Lo que no ha impedido
que las obras de arte ocuparan su lugar en los museos sin la presencia de esos
textos, simplemente remitiéndose a ellos, o mejor obviándolos –¡ya los
conocemos!
Juan Antonio Molina:
¿Y la
geografía?¿Es el espacio legible?¿El espacio convertido en texto?¿Lo que debe
ser descifrado?¿Cómo se inscribe la historia en el espacio? Citas a Benjamin:
"El pasado lleva consigo un índice temporal..." En tu trabajo ese
índice parece señalar siempre hacia un lugar. Además de relocalizar (¿o será
más bien des-localizar?) el pasado, esa alusión al índice pudiera ser un buen
pretexto para volver al tema de la fotografía.
Adrián Alemán:
Foucault
lo expresa de la siguiente manera: “El horizonte es una representación pero
también una noción estratégica”. Si definimos el poder, y así lo hace Foucault,
como la implantación de una directriz, de unas fronteras frente a los sujetos
libres, el horizonte, el paisaje, modificados y reinventados, son fuentes de
poder, estrategias para demarcar al individuo, líneas que advierten, estipulan,
acotan o falsean un territorio, un horizonte. Esa estrategia culmina en un
paisaje premeditado, donde el observador no avisado ignora las demarcaciones y
las señales, pues las tiene integradas y convive con ellas. De esta forma se
entiende que el territorio pueda ser el lugar idóneo para un cautiverio
invisible, y escapar de él sería como escapar de uno mismo. Es necesario para
el observador recorrer un largo camino de desaprendizaje de la mirada para
comprender y desprenderse de esa cautividad.”
El ver no
es neutro, en cualquier circunstancia es un acto complejo, cultural y
políticamente construido. Se trata de hacer visible el procedimiento de
condensación, el cruce de situaciones, conceptos, categorías, e intereses que
conforman la organización del territorio, la acumulación de desplazamientos que
dan lugar a ejercicios de paisaje o composiciones de lugar. Con ello señalar
las miradas que persisten adheridas sobre la orografía, que conforman una piel
difícil de separar. Una manera de mirar que normalmente oculta capas de
vergüenza, de injusticia, de usurpación, de expoliación, o simplemente mantiene
los cuerpos desmovilizados.
Por ello
antes de plantear –o quizás a la vez- la inscripción de la historia en el
espacio, este trabajo tantea una especie de necesidad situacional, de política
del cuerpo, en la que se mezclan pulsiones repetitivas propias de la imagen y
esta otra, que debe ser considerada como una propensión performativa de ese
índice temporal “una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra”.
Habitar, rondar el lugar, una operación del cuerpo que trata de trasladar algo
que ocurre en el campo de la imagen, en el que la condición de pasado sería
inmanente al presente , al espacio de la historia a la manera benjaminiana, en
el que “la historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está construido
por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, “tiempo ahora”.
La fotografía no sería
más que el índice de estas operaciones, pero un índice insustituible en cuanto
que es precisamente en la fotografía donde se presenta de manera más evidente
esa oscilación entre pasado y presente. La imagen es al menos, dos imágenes, la
que detiene un pasado en fuga y la que alberga un presente en fuga.
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